La ecología soviética de Vernadsky
Domingo 17 de enero de 2010
No hay color. No hay país que en el siglo pasado resista la comparación con el espectacular desarrollo de las ciencias en la URSS. Fue un salto vertiginoso del analfabetismo, la incultura y la ignorancia, a las luces y la ilustración. Si hablamos de psicología, por ejemplo, ningún país tiene tantos y tan extraordinarios psicólogos como Pavlov, Bejterev, Vygotsky, Luria, Leontiev o Rubinstein. Había muchos, eran de primerísima línea y eran diferentes entre sí: formaban parte de corrientes distintas y a veces mutuamente enfrentadas. Lo mismo podemos decir de la física, en la que pocos países pueden competir con descubridores de la talla de Kapitsa, Lamm, Lipschitz o Landau. Podríamos decir otro tanto de las demás ciencias.
No obstante, si pudiera elegir a algún científico soviético con el que poder discutir en una celda de aislamiento, me quedaría con Vladimir I. Vernadsky (1863–1945), a quien tengo dificultades para encajar en un área concreta del conocimiento porque le considero un sabio renacentista: las revolucionó todas. Vernadsky cambió muchas cosas: cambió nuestra manera de ver la ciencia pero, sobre todo, cambió nuestra manera de ver la vida. A aquellos que leyeron sus obras los sacó del Cretácico.
Como son pocos (lo soviético hay mantenerlo en cuarentena), es necesaria una pequeña presentación que se tiene que remontar a una generación de científicos revolucionarios aparecidos en la Rusia de mediados del siglo XIX como pocas veces se ha dado en la historia y que podíamos ejemplificar en uno de los mejores: Chernichevski. Eran revolucionarios científicos en el sentido más amplio de la expresión, materialistas que impulsaron el avance de las ciencias, al tiempo que se enfrentaron de una manera decidida a la autarquía zarista, pagando bien caro su atrevimiento.
Una de las ideas originales de aquellos científicos rusos, que influyó poderosamente tanto en Lenin como en Kropotkin, fue la de cosmos, que involucraba una visión integradora del universo en el que todas sus partes estaban interrelacionadas. Pues bien, pocos científicos soviéticos siguieron esa línea tan decididamente como Vernadsky. De ahí que no sea fácil buscarle un único hueco entre las ciencias: minerólogo, geoquímico, radiogeólogo, oceanógrafo.. . Hoy los pedantes lo calificarían como interdisciplinar. Pocos autores han puesto de manifiesto la unidad de la ciencia y la dificultad de compartimentarla como Vernadsky.
El científico soviético escribió en 1926 su obra más conocida, “La biosfera”, una expresión que entonces no se utilizaba. Fue él quien la definió de una manera magistral, como el lugar que ocupa la vida en el universo conocido. Vernadsky puso a la vida (materia viva la llamaba él) dentro del cosmos. Fue el primero en estudiar los efectos de la deforestación sobre el clima; fue el primero en estudiar los efectos de las radiaciones solares y cósmicas sobre los seres vivos; fue el primero en estudiar la función de la capa de ozono y el efecto invernadero; fue el primero, en fin, en poner la ecología sobre una base científica.
Los fenómenos del cosmos están mutuamente relacionados. La biosfera, según Vernadsky, expresa la interacción dialéctica tanto del componente inerte, como del vivo e incluso habló de la existencia de un tercero, la noosfera, que expresa la intervención del hombre sobre el universo que le rodea. La geología, la biología y la cultura, en su sentido más amplio, se condicionan mutuamente. Las tres esferas expresan fases sucesivas de desarrollo evolutivo de la materia. Son diferentes y, al mismo tiempo, cada una surge de la anterior, tejiendo una red de relaciones y condicionamientos mutuos.
Las interacciones que se despliegan, especialmente la intervención del hombre sobre la biosfera, crea una nueva forma de relaciones mutuas, la noosfera, un estado irreversible, de tal manera que, como explicó Vernadsky, no es posible restaurar la biosfera a ningún estado previo. Tampoco es posible el crecimiento cero. Del mismo modo que la evolución aleja la biosfera de sus puntos de partida, también la noosfera se aparta cada vez más del equilibrio o, dicho en otras palabras: las sociedades humanas no se acercan sino que se alejan de la naturaleza sin ninguna posibilidad de retorno.
Es fácil comprobar que esto aleja a Vernadsky y a la ecología científica de la inmensa mayoría de las corrientes que hoy se tienen por tales.
Cuando –como en este caso- se lanza un panegírico sobre alguien, también hay que poner manifiesto sus errores y limitaciones para que veamos que no se trata de un dios griego sino de un hombre de carne y hueso, casi como nosotros mismos. Pues bien, uno de los errores científicos más importantes de Vernadsky es su defensa de la teoría de la biogénesis, la continuidad de la vida, que está hoy profundamente arraigada en la biología contemporánea. Según esta tesis, la vida proviene de la vida misma, se continúa a sí misma: no tiene sentido preguntar por el origen de la vida.
Es interesante ponerlo de manifiesto por el contraste con la obra que Oparin publicaba casi al mismo tiempo que Vernadsky, la que le ha dado fama mundial: El origen de la vida. Mucho más joven, Oparin le cita varias veces a Vernadsky en su libro, pero no le critica, a pesar de que ambas tesis son radicalmente incompatibles. Oparin tenía razón frente a Vernadsky.
Pero lo interesante no es quién de ellos tenía razón. La gran sorpresa de la ciencia soviética es que en la URSS se publicaron casi al mismo tiempo dos obras que defendían tesis totalmente opuestas. En esta materia, como en tantas otras, en la URSS sí había un auténtico debate científico, sí existía la posibilidad de conocer puntos de vista divergentes, los soviéticos sí pudieron tener una visión realmente amplia y diversa de los interrogantes que el universo plantea al conocimiento humano.
Tampoco aquí hay color. La URSS pasó por encima del nivel alcanzado por la ciencia en los países capitalistas, lo sobrepasó y se puso a años luz de distancia. Se va a cumplir un siglo de la obra de Vernadsky y Oparin y es difícil mencionar una obra que esté a la altura de cualquiera de ellos.
La errónea tesis de la continuidad biótica de Vernadsky tiene dos fuentes inspiradoras. Por un lado, la teoría del cosmos de los materialistas rusos del siglo XIX, que ya he mencionado, y por el otro, el influjo del misticismo de Bergson. Cuando Vernadsky estuvo en Francia de 1922 a 1926, no sólo estuvo en contacto con Bergson sino también con su discípulo LeRoy y con el paleontólogo jesuita Teilhard de Chardin. Por eso la obra de Vernadsky no se puede entender sin esas referencias al idealismo francés de la preguerra.
Es en París y en la lengua de Molière donde Vernadsky publica su “Geoquímica”. En la capital francesa Vernadsky también estuvo en contacto con Marie y Pierre Curie, los cuales le transmitieron sus conocimientos sobre las radiaciones, que Vernadsky incorporó magistralmente.
Cuando en 1926 regresa a Leningrado, organiza un laboratorio de biogeoquímica que en 1934 se traslada a Moscú. En 1936 Vernadsky presenta en Moscú los resultados de la primera investigación de su laboratorio sobre la acción de determinados minerales (yodo, estroncio, bario y calcio) sobre la salud humana, algo que hoy es corriente (oligoelementos) pero que en su momento resultó espectacular.
Más espectaculares aún resultaron sus investigaciones sobre los efectos de las radiaciones sobre los organismos vivos, un descubrimiento soviético que los manuales de biología atribuyen a los estadounidenses. Además, el laboratorio de Vernadsky demostró que era posible determinar la edad de los estratos geológicos con métodos radioactivos, de lo que deriva la técnica del carbono-14 que hoy todos los paleontólogos utilizan.
Junto con su ayudante Jlopin, en 1932 Vernadsky comenzó la construcción de un artefacto revolucionario: el ciclotrón, un acelerador de partículas para estudiar las colisiones de los elementos subatómicos, crear poderosas fuentes de energía así como armas con gran poder destructivo. Los primeros físicos atómicos de la URSS, entre ellos Kurchatov, se formaron en el laboratorio de Vernadsky, quien luego se integró en la comisión del uranio y empezó a trazar los primeros mapas de la radiactividad en la Unión Soviética, en búsqueda de yacimientos de minerales pesados.
El trabajo atómico de Vernadsky me resulta enormemente sorprendente, teniendo en cuenta su biografía personal, que se superpone a la de la misma Rusia. En la Revolución de 1905 Vernadsky había sido el fundador del partido kadete, el partido burgués por excelencia de la Rusia zarista. Tras la Revolución de Febrero de 1917, Vernadsky había sido viceministro de Educación del gobierno de Kerenski. Tras la Revolución de Octubre huyó a Kiev, y cuando el Ejército Rojo expulsó a los blancos de la capital ucraniana, huyó otra vez y se refugió en Crimea a la sombra del ejército contrarrevolucionario. Cuando nuevamente el Ejército Rojo tomó Crimea, la Cheka le detuvo y se lo llevó a Moscú junto con toda su familia.
Está claro: Vernadsky no es bolchevique. En 1926 tuvo la oportunidad de quedarse en París con los demás exiliados. Fue la opción que tomó su hijo, que vivió toda su vida en Estados Unidos trabajando como profesor de historia de Rusia. ¿Por qué regresó su padre? ¿Por qué colaboró con los planes quinquenales?
Su caso es parecido al de Pavlov, quien hasta su muerte en 1939 no perdió ocasión de criticar duramente a los bolcheviques y a los soviets. Pero lo mismo que Vernadsky, Pavlov se quedó en la URSS, investigó en la URSS y jamás le faltaron los medios que pidió. Ninguno de ellos hubiera podido continuar sus investigaciones en otro país diferente.
Así, pues, en la URSS no conocieron el pensamiento único. ¿Cuál fue la política científica de la URSS? ¿Por qué los bolcheviques financiaron a quienes les criticaban? Es algo a lo que no estamos acostumbrados en los países capitalistas, en donde para que te subvencionen una investigación tienes que tener un padrino, ponerle en la lista de agradecimientos cuando la publiques y lamerle las botas a cada paso.
La política científica soviética jamás hubiera tenido el éxito arrollador que tuvo de no ser por algo que desconocen los académicos burgueses: la defensa de la verdad por encima de todo, por encima de favoritismos y de camarillas, incluso sacando fondos y financiación de donde no los había, en los momentos más duros en los que apenas se había superado el hambre y la carestía.
El socialismo es grande, el socialismo es eterno. Han caído algunos países socialistas pero el socialismo se ha quedado para siempre. Volverá más bien pronto que tarde porque, en realidad, nunca se fue. Sus conquistas, sus progresos, sus avances son imperecederos. Están ahí para que las generaciones del mañana las encuentren cuando necesiten de ellas. Es algo tan gigantesco que sobrepasa con mucho su propio carácter de clase: hasta los científicos burgueses como Pavlov y Vernadsky se dieron cuenta de que el futuro de la ciencia, de la verdad y del conocimiento no puede estar en otro sitio más que en el socialismo. Lo demás, lo que conocemos, es el imperio de la mentira y el engaño.
Lean lo que escribió Vernadsky en 1932: “No estamos hoy en una crisis de nerviosismo, no en un tiempo para la vacilación de almas débiles; sino en un gran punto de inflexión en la historia del pensamiento científico, en una crisis que solamente ocurre una vez en mil años, una que no ha sido presenciada por muchas generaciones. Estando en este punto, con la visión de futuros logros ante nosotros, deberíamos estar felices de que nos toque vivir en este momento y participar en la creación del mañana”.
Tomemos nota de ello.
(*) El libro “La Biosfera” de Vernadski no se tradujo hasta 1997 al castellano y se puede consultar en este enlace: http://www.fcmanriq ue.org/recursos/ publicacion/ 4a265c0bLabiosfe ra1-2.pdf